La vida imitando al arte
“¿Pero es que es tu primer rodaje?”, me preguntó mi amiga sorprendida cuando me vio volver a Medellín tan conmovida.
Por Juliana Ospina Álvarez
«¿Pero es que es tu primer rodaje?», me preguntó mi amiga sorprendida cuando me vio volver a Medellín tan conmovida. No, no es mi primer rodaje sino que hace unos 22 años estoy viviendo este proceso de ver mis palabras convertirse en imágenes y sonidos. «¿Entonces qué tiene de particular este rodaje?»
Esa pregunta no la pude responder ahí. Hacía apenas tres días que habíamos terminado el rodaje y realmente me costaba entender tantas emociones. Convertir emociones en palabras es algo que se me facilita cuando son personajes ficticios. No cuando tengo que hablar de mí.
En la niñez y adolescencia me enamoré del cine gracias a los géneros, y gracias a estos conocí a Alfred Hitchcock. La ambición por ver y leer todo lo escrito sobre él me llevó a conocer a los críticos de Cahiers du Cinéma, que reivindicaron la figura del director como un autor, entre estos a Éric Rohmer que había escrito muchas críticas sobre Hitchcock e incluso le había dedicado algunos libros.
Decidí entonces ver el cine que había hecho este crítico que pasó a la dirección y me di cuenta que su estilo era completamente opuesto al de Hitchcock que tanto admiraba. Un cine dramático, naturalista y realista lleno de diálogos, donde todo pasaba por las relaciones de amistad, familiares y amorosas. La vida pasando ante los ojos. Pero ¿cómo me podía entretener tanto algo que era opuesto a todo lo que había visto y donde no pasaba nada supuestamente? Pues que veía un espejo de mi vida.
Veía conflictos tan profundos y antiguos como el ser humano. El arte imitando magistralmente la vida. Vi toda su filmografía en orden cronológico y con el tiempo empecé a ver que también mi vida imitaba las historias de esas películas. Y años después, cuando decidí dedicarme al guion profesionalmente, fui testigo de cómo muchas de las cosas que yo escribía terminaban pasando a mi alrededor y a mis allegados. La vida ahora imitaba al arte.
Luego llegaron a mi vida otros referentes para esta narrativa que me emocionaba: François Truffaut, Yasujiro Ozu, Richard Linklater, Noah Baumbach. Siempre soñé escribir un drama de ese estilo pero estaba segura de que era casi imposible hacerlo sola, pues la dificultad que conlleva esa concreción, simpleza y austeridad es enorme. Pero hay algo más difícil aún y es imitar la vida en un artificio como el cine.
Ese día llegó cuando el director, Marco Vélez Esquivia, nos invitó a Ana Isabel Castillo, a David Moncada y a mí a embarcarnos en la creación de esta película, basada en una idea que surgió de una historia personal de Marco. Nos invitó a hacer jazz, a hacer una co creación ficcional con dos personajes, pocas locaciones, con improvisaciones de los actores. Nos invitó a dejarnos llevar por la intuición. Y sin saberlo, cada uno estaba allí cumpliendo su sueño en silencio, compartiendo la misma emoción.
Esto era un experimento para los cuatro que no sabíamos si lograríamos. Ana y David tienen mucha experiencia y talento para la improvisación pero yo en este tipo de escritura no. Quienes han trabajado conmigo y conocen mis métodos saben que planeo todo milimétricamente, que soy una obsesiva de la estructura y que amo la acción dramática y los giros, y a veces me concentro más en el subtexto que en el texto. Más en la acción que en los diálogos. Era por supuesto el reto más grande de mi vida. Nos metimos en esto llenos de miedo pero muy emocionados y entre los cuatro creamos un universo ficcional en el que dejamos el alma llamado Sábado Oscuro.
A Marco lo conozco desde el 2015 y sabía que trabajaría muy bien con él, pero yo no conocía a David ni a Ana. Sin embargo, no pudimos haber soñado un mejor equipo, gracias a la gran intuición de un director como Marco, y la visión de David y Ana, su entrega, talento y generosidad con esta historia, con sus experiencias, y sus propias vidas. No puedo imaginar a otros dos actores en la piel de Miguel e Isabel.
Regresé a Medellín con unas 40 páginas de todas las notas que tomamos. Anécdotas, situaciones, historias al azar. Como la vida misma. El desafío era convertir la vida en ficción: transformar todas nuestras conversaciones aleatorias en un guion con estructura. Me sentí abrumada y bloqueada por tanta información y tanta libertad. Paradójicamente, cuanta más libertad creativa se tiene más dificultades o bloqueos pueden surgir. Los límites y obstáculos en la escritura son los que realmente impulsan la creatividad. Me demoré más de 20 días en abrir el computador y releer el material. Tuve que desaprender todo lo que sabía.
Cuando estábamos cerca de este rodaje nuevamente la vida imitó el arte y la frontera entre realidad y ficción se empezó a borrar. Algunas de esas cosas que escribí siete meses atrás empezaron a ocurrir a algunas del equipo. Recuerdo con culpa ver a Ana muy conmovida mientras se preparaba para filmar una escena que reflejaba algo que le había ocurrido hace apenas dos meses, de forma exactamente igual. Y otra escena con algo que le había ocurrido tan solo una semana atrás. Pero era un guion que habíamos escrito hacía más de siete meses. Y me abrumó la culpa por no haber salido a abrazarla, llorar junto a ella y comprender plenamente su dolor.
Muchas escenas estuvieron permeadas por esto, lo que hizo que el rodaje fuera también un proceso catártico que nos dejó exhaustos emocionalmente. Ana y David entregaron más de sí mismos de lo que imaginaron que harían. Se abrieron por completo, dejaron salir sus miedos y se permitieron ser vulnerables. Fue fascinante ver en vivo y en directo su increíble química, su creatividad, su rapidez mental, su sentido del humor, sus acciones, gestos y capacidad de escucharse. En resumen: su enorme talento.
En el rodaje escuché varias veces a alguien decir después de una toma: «esto me pasó igual». Y yo, que supuestamente no había escrito nada que me hubiera pasado a mí, también veía reflejada mi vida ahí. «Es solo ficción», pensaba, pero no podía evitar llorar frente al monitor viendo sus interpretaciones o llegar llorando al hotel todas las noches después del rodaje.
Ana improvisaba cosas que me habían pasado hace muchos años que no escribí ni siquiera en el guion, y que no le había contado a nadie nunca. Ese fue un gran punto de partida para nuestra conexión, que fue más allá de lo racional y su amistad inmediata fue el regalo más grande de este rodaje.
Gracias a David y Ana todos nos enamoramos de Miguel e Isabel. Y creo que la tusa post rodaje fue también por habernos separado de esta pareja que no volverá a la pantalla (¿o sí? Ya veremos). Así como cumplimos un sueño colectivo, también fue una ruptura amorosa colectiva al terminar el rodaje.
El éxito de esta conexión en la filmación se debió también a una muy buena planificación previa y un gran talento del equipo de rodaje. Entrar al apartamento y que Ana casi llore porque, en la piel de Isabel, sentía que era su casa; es algo que sin duda fue clave para la conexión emocional de Ana con su personaje.
Que la cámara y el sonido también improvisaran y fluyeran con ellos logró gran naturalidad en las tomas. La producción que no permitió permearnos de problemas externos y mantuvo un ambiente tranquilo para que el set siguiera siendo el hogar de Miguel e Isabel. El hecho de rodar en orden cronológico ayudó al verosímil y conexión emocional con los personajes.
Y así podría desglosar mil cosas que hicieron posible la magia. Por esto gracias a este crew talentoso que saltó al vacío con nosotros y se dispuso a jugar: a Alejandra y todo su equipo de arte, a Manuel y todo su equipo fotográfico, Carlos y su equipo de sonido, Laura, Gabriel, Angia, Lina, y en especial a Alejandro Zapata, nuestro gran productor, por su apoyo y talento.
Y por supuesto el gran trabajo de Marco, quien como director, tuvo plena confianza en los actores y en todo el equipo. Que permitió que la improvisación fluyera de manera natural. Gracias a su tranquilidad y a esa fe que nos tenía, más que nosotros mismos, fue que logramos hacer esta película.
No, no fue mi primer rodaje pero fue el primero en el que sentí que estaba viva. El primero que me hizo reafirmar por qué amo lo que hago. Por eso no me cansaré nunca de dar las gracias a todo este equipo.